“En lo más profundo y en lo más hondo todos somos iguales: una amalgama de sombras y luces ansiosa por ser coloreada por los otros”
Siempre tuve una percepción de la inmigración basada en ciertos principios ideológicos muy establecidos: no banderas, no patria, no fronteras y sí, identidades por encima de todo. Una visión bastante particular y quizá excesivamente ininmutable, aunque bien asentada en mis historias y vivencias. Este verano, entre chapuzones, baños de sol y largos paseos por la sombra, que no en la sombra, he visitado con cierta asiduidad una peluquería de mi barrio, tengo que tener un especial cuidado con mi cabello, ya que la alopecia persigue la eterna juventud Mohamed, hijo de, es el nombre de mi peluquero-psicólogo. En una de estas visitas, ambos dimos un paso más en nuestra relación estética, no tenía mucho trabajo esa mañana, pudo dedicarse a perfilar con pulcritud y esmero mis cuatro pelos. Después de varios intercambios sobre las posibilidades estéticas de mi cabello, Mohamed, oriundo de una aldea de Marruecos, cuyo nombre es impronunciable, empezó a relatarme su historia y yo desde la fidelidad a nuestro acuerdo de confidencialidad terapeuta-paciente también desvelé ciertos detalles de la mía en torno a mi familia y su historia: las mismas historias rurales desde las ópticas de distintas religiones, razas, prejuicios y fronteras
Mi familia asentada en Málaga desde la década de los setenta de siglo XX, proviene como la gran mayoría de los vecinos de los barrios de la zona oeste de Málaga, de entornos rurales de la provincia de Málaga; discutía con una amiga sobre el arraigo generacional de los malagueños y concluíamos en que algo de la historia de Málaga se le debe a estos movimientos migratorios de las décadas de los sesenta y setenta. Prosigo, mi padre, después de toda una vida bajo el sombrajo del chambao de una cantera donde picaba piedra de sol a sol, allá en mi pueblo, toma una decisión vital para su vida, se embarca en la búsqueda de El Dorado con lo puesto y con una mano delante y otra detrás. Buscando empleo de calidad y oportunidades, emigra de aquella pequeña sociedad rural a la ciudad de Málaga, en la creciente Costa del Sol; de vivir a la sombra a vivir a la luz de una gran ciudad, pretendiendo ser un señor con sombrero. De la sombra de los chopos, a la sombra de las primeras sombrillas de los turistas.La historia de Mohamed y su familia, mi peluquero, estaba cortada por el mismo patrón. De la calima del desierto, a la ciudad de las oportunidades. De la agricultura, a la fábrica de los servicios. Curiosas coincidencias.
Pasada más de una década, ya asentados en esta luminosa y bellísima ciudad de Málaga, sin haber hecho fortuna, pero sí mejorado al albor de los cambios políticos de la transición democrática española había llegado el momento, estábamos ya preparados, de poder irnos por primera vez de vacaciones, ¿cuál sería el destino? ¿quizá alguna ciudad exótica? ¿un destino de playa con todo incluido donde poder reposar y estar bajo una sombra pagada y merecida? No fue así, había que volver al pueblo, demostrar a aquella comunidad que nos había ido muy, pero que muy bien, entrar triunfantes a la hora de la partida en el casino y escuchar murmullar de asombro: “Esos son los malagueños, que han hecho fortuna y vuelven al pueblo; ya no son una sombra, ahora son luminosos y brillantes, les ha tenido que ir muy bien: tienen coche y menuda obra están haciendo en la casa ” Volver al pueblo para hacer visible a todos que el hogar que nos dejamos sigue siendo nuestro, señalar el progreso y bienestar económico alcanzado, era como dar una bofetada a dos manos a todos aquellos que dijeron: “… pero dónde va, con cuatro hijos, sin oficio ni beneficio. Dentro de poco volverá como otros tantos con el rabo entre las piernas para abrazar el arado, la vaca, el mulo, la cantera... No sabe lo que hace, siempre ha sido poco avispado como sus padres y abuelos”
El padre de Mohamed y su familia también volvían al pueblo todos los veranos con su coche cargado hasta las trancas, atravesando el Estrecho de Gibraltar para así demostrar a su comunidad que el Dorado existe. Así ,verano tras verano, nadie olvidaría en su pueblo que...
Pasé varios veranos infinitos en aquella pequeña aldea de la Sierra de Béjar (Salamanca) mientras mi padre intentaba convertir aquella casa sombría en un palacio Indiano sin sombra ni palmera. Cuando uno busca casa en Málaga se preocupa por acertar en la elección, perfilando cuestiones como el transporte, el vecindario, los servicios y su cercanía, etc. pero sobre todo, uno intenta precisar la orientación: buscar la sombra y la luz, difícil disyuntiva. Es algo casi existencial estar a la sombra y al sol.
De aquellos veranos, hay dos imágenes que no logro borrar de mi cabeza, y que durante este verano he vuelto a rememorar en mis largos paseos sincronizando las sombras de Málaga para evitar el cáncer de piel. Ha vuelto a mi memoria una y otra vez aquel perro de pueblo sin collar, sin nombre, sin sobrepeso, tumbado elegantemente, sesteando permanentemente bajo las sombra de las casas, intentando protegerse de aquellos cuarenta grados a la sombra del mes de agosto. En muchas ocasiones, me gustaría practicar su filosofía: fidelidad al amo, pero siempre a la sombra.
La otra postal veraniega muestra el mayor cielo estrellado que jamás he visto, tumbado junto a la cuadrilla en aquella inmensa era, iluminados por la sombra de la luz de la luna que envolvía de un misterio eterno aquellos años de mi adolescencia mientras mis sentidos plenos saboreaban aquel Moonlight Shadown de Mike Oldfield: “Carry away by a moonlight shadown”. Me imagino a mi amigo Mohamed contemplando las montañas del Atlas plagadas de estrellas sintiéndose tan luminoso como yo me sentí aquellos veranos.
“Y todo lo que es ahora, y todo lo que se ha ido, y todo lo que está por venir, y todo bajo el sol está en sintonía. Pero el sol está eclipsado por la luna “
18 de agosto de 2023
A mis padres y hermanas
cosillasdelavida2328
Juan Carlos García Nieto
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